A pesar de que muchos de sus fans sabían que Muse no traería a Chile su máxima parafernalia, nadie podría decir que el show realizado el sábado en el teatro Caupolicán fue mediocre. Pues si bien no fue lo mismo que los que hacen en países europeos, para nosotros los chilenos, todo estaba bastante espectacular.

Cada día más y más bandas de rock se diluyen en imitaciones, moda y marketing. Probablemente Muse haga lo mismo, pero a ellos les sale harto bien.

Tres chicos, incluso guapos, se paran sobre el escenario. El despliegue mega-producido encandila rápidamente los ojos de cientos de fans que agotaron las entradas para ver a la banda que mejor críticas ha recibido por sus shows en vivo durante los últimos años. Y es que Mathew, Dominic y Christopher se manejan.

"Cool" hasta morir. Cada uno con una estética perfectamente cuidada, con instrumentos espectaculares: un piano blanco elegantísimo (aunque no tan espectacular como el negro de cola utilizado en HAARP), una batería increíble y una selección de guitarras y bajos dignos de una colección de diseño. Y es que en el concierto de Muse parece estar todo perfectamente pensado, y por supuesto, el despliegue audiovisual es el gran soporte de su show.

Con la energía de un teatro Caupolícán completo, la excesiva propuesta visual se complementa con el sonido de Muse: ¿rock? ¿post punk? ¿indie? ¿rock progresivo? Quizás todos, quizás ninguno, pero lo que sí podemos advertir es que esta banda inglesa no es como cualquier otra, y a lo mejor eso sólo pueda notarse cuando se ven en vivo.

Luego de tres o cuatro canciones la voz de Mathew se hace inconfundible. Algo de Prince, algo de Thom York, algo de Audioslave, pero sí o sí, algo de Muse, un mérito que se agradece.